#ISLANDIA 6. EL NORTE COOL [Reykjavik. Bláa Lonid.]

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Sólo 49 km separan la capital islandesa de la atracción principal del país: Bláa Lonid, o más conocida como Blue Lagoon (Laguna azul). Visitamos las principales atracciones de la ciudad y decimos adiós a Islandia con un baño en la laguna.

Increíble el estar cociéndote mientras fuera hay 6ºC.

 

Como os contaba en el anterior artículo donde empezamos a descubrir Reykjavik, la capital de Islandia es una ciudad entrañable por la cultura y ritmo que atesora. Cuenta con una población de 120.000 habitantes aproximadamente, aunque su área metropolitana llega hasta los 212.000, por lo que la inmensa mayoría de la población del país (331.000) vive aquí. Es la capital situada más al norte del mundo. Se trata de una ciudad que tenía muchas ganas de conocer por todo lo que había leído sobre ella. Ciudad dispersa, de casitas bajas de madera y coloridas, apenas tiene grandes edificios, situada en una península con unas vistas bonitas, y sobre todo, emblema de la cultura islandesa. Aquí, centro del país, es donde se concentra la actividad musical (se me venían nombres como Björk, Emiliana Torrini o Sigur Rós), bares y restaurantes (la ciudad es conocida por su “marcha”), la cultura urbana de graffittis, y en definitiva, una sensación de libertad y modernidad que son referente en el mundo entero.

Plano de Reykjavik. Fuente: pinterest.com

 

Saliendo de nuestro hotel vimos (desde el coche) la casa Hofdi, famosa por el ser el lugar que escogieron Mijaíl Gorbachov y Ronald Reagan para reunirse en 1986 y establecer el fin de la Guerra Fría. Nos dirigíamos a ver Solfarid, uno de los monumentos más fotografiados de Reykjavik. Esta escultura, de Jon Gunnar Arnason, representa un barco “viajero” solar, al contrario de lo que pueda parecer un barco vikingo. No deja de ser una escultura reciente sin más, aunque se ubica en un paseo con unas buenas vistas de la bahía de Reykjavik.

La casa Hofdi.
Solfarid en la bahía de Reykjavik.

 

Después, volvimos a pasar frente a Harpa para verla esta vez de día, y posteriormente, fuimos a ver la iglesia católica de la ciudad, la Landakotskirkja. Fue construida en estilo neogótico en 1929. Después de este recorrido en coche, lo aparcamos cerca de la calle principal y comercial de Laugavegur. Esta calle está llena de bares, restaurantes, librerías y tiendas de regalos. Además, en toda esta parte hay varios graffittis que muestran la cultura urbana y la libertad de la sociedad islandesa.

Edificio Harpa
Landakotskirkja, la iglesia católica.
Estrenando mi jersey islandés (comprado en Akureyri) frente un graffitti en Reykjavik.

 

Andando entre calles de tiendas llegamos hasta el lago Tjörning, en la parte más antigua de la ciudad. En esta parte de la ciudad es donde se supone que llegaron los primeros colonizadores noruegos a finales del siglo IX. Es un espacio de recreo, sobre todo para familias islandesas, que van allí a pasar el día viendo a los patos, gaviotas y cisnes. Al fondo se sitúa la Frikirkjan o Iglesia Libre de Reykjavik, construida en 1903. Muy cerca de aquí, un poquito más al norte y dirigiéndonos al centro neurálgico de la ciudad, se encuentra frente al parque de Austurvöllur, el edificio del parlamento islandés, el althing o alÞingi. Construido en 1881, acoge la asamblea que ya se realizaba en Thingvellir, como puedes leer en la anterior entrada. Justo a su lado se encuentra la Domkirkjan, la catedral “oficial” de Reykjavik. Es uno de los edificios más antiguos de la ciudad, acabado en 1787, de religión evangélica luterana, y la sede del obispo de Islandia.

Lago Tjörning o Tjörn y la Frikirkjan.
Althing o alÞingi, el parlamento islandés, y a su lado la Domkirkjan, la catedral de Reykjavik.

 

Después de esto, subimos por la calle hasta uno de los iconos de Reykjavik: la iglesia luterana de Hallgrimkskirkja, que ya vimos la noche anterior iluminada. Se ve desde todos los puntos de la ciudad, ya que es uno de los edificios más altos y destaca entre las casas bajas. Fue bonito recorrer esta calle, paseando entre casas de madera de colores y teniendo como horizonte aquella construcción que se elevaba en el cielo de forma suntuosa. La Hallgrimskirkja fue construida entre 1945 y 1986, y su nombre es un homenaje al poeta Hallgrimur Petursson. El edificio está inspirado en columnas de basalto, y recuerda a su identidad volcánica. Presidiéndola se encuentra una estatua de Leifur Erikkson, quien fuera el primer descubridor de América, allá por el año 1000.

Estaba lloviendo y eso le daba un toque más especial.
Leifur Erikkson y Hallgrimskirkja.

 

Conforme me acercaba, me parecieron pilotes de hormigón ahí tiesos, con un acabado que no terminó de convencerme. Se puede entrar y subir hasta el mirador de la torre, algo muy recomendable, para ver la ciudad desde arriba. Es curioso pensar que lo que se veía era la capital, ya que eran todo casitas con tejados de colores. Al fondo se ve el puerto y un poquito a la derecha, Harpa. El barrio de la derecha es por donde discurre la calle Laugavegur. Además, esperamos que acabaran de oficiar misa para entrar al interior de la iglesia. Cuando terminó, el pastor salió y se colocó en la puerta, para despedir a los fieles que pasaban agradeciéndole algo o comentándole cosas. El interior de la iglesia es llamativamente austero, como es seña de identidad del luteranismo. Me gustó mucho, por la extrema sobriedad, que otorgaba un alto valor espiritual a la vez que recordaba el frío, la nieve y el hielo islandés. Destacaban la altura de los techos, bóvedas y arcos, así como el órgano que se encuentra a la entrada.

Vista de Reykjavik desde la Hallgrimskirkja.
El altar donde se oficia el ritual.
Interior de la iglesia.

 

 

Desde aquí, el punto más alto, dijimos adiós a una ciudad que nos había encantado. Ahora tocaba relajarse y visitar uno de los lugares más conocidos de Islandia, y que adelanto, no decepcionó: Bláa Lonid, también conocido como Blue Lagoon. Se encuentra a unos 50 km de la capital, muy cerca del aeropuerto de Keflavik, por lo que lo dejamos justo para el final para una vez que hubiéramos salido, dejar el coche donde lo habíamos recogido.

Esta laguna azul es de origen volcánico, y su mayor característica es el curioso y bello color turquesa que tienen sus aguas. Desde la carretera, en las inmediaciones, ya se ven pequeños lagos de este color, todos ellos insertos en un terreno de una aspereza volcánica tremenda. Cuenta con un amplio aparcamiento, restaurante, tienda, etc. Actualmente es un centro balneario y spa, por lo que la entrada es cara. Hay varias posibilidades, que incluyen masajes, saunas, etc. Nosotros cogimos el básico: sólo entrar a bañarte por tu cuenta. Al pagar, te dan una tarjeta para acceder y un albornoz. Desde los vestuarios se accede a un recinto en el que hay piscinas y jacuzzis interiores, aunque el agua es la misma. Pero es mejor salir y disfrutar de un baño en una laguna de origen volcánico, que calienta sus aguas de forma geotérmica (de hecho, había zonas que estaba templada y otras en las que el suelo quemaba). El agua está muy caliente, y el suelo es tierra y roca volcánica: a veces te podías incluso pinchar con alguna arista. En esta laguna hay recovecos que son utilizados como jacuzzis, cascadas y también hay sitio para un bar que sirve copas. Por último, en los bordes de la laguna y sobre todo, entre las rocas, había una masilla blanca que es utilizada para ponérsela en la cara y mejorar el cutis. Como todo el mundo, me eché en la cara y sí que se me quedó algo más lisa, por el exfoliante.

Llegando a la Blaa Lonid, desde el coche ya se veía esta maravilla.
Había que salirse porque el agua daba mucho calor.
Ese potingue blanco era el exfoliante. Ibas y cogías cuanto querías.

 

Estar ahí bañándote y pasando calor mientras fuera hacía 6ºC fue una experiencia fascinante. Además, el cielo tan gris y nublado, y las centrales geotérmicas expulsando vapor de agua dotaban a esta experiencia de mayor intensidad. Creo que es imprescindible venir aquí si se visita Islandia.

De aquí, ya súper relajados, fuimos hasta el aeropuerto de Keflavik para devolver el coche y esperar allí hasta las doce de la noche que salía nuestro vuelo con flybe a Birmingham. Eso os lo cuento en la próxima entrada.

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