#ISLANDIA 5. RECORDANDO A LOS VIKINGOS [Vík. Skógar. Gullfoss. Geysir. Thingvellir.Reykjavik.]

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Finalizamos con esta etapa el último tramo de la Ring Road. Incluye 289 km de variado recorrido entre cascadas, géiseres, fallas, escenarios vikingos y el aire cosmopolita de la capital.

Parque Nacional de Þingvellir (Thingvellir), Patrimonio de la Humanidad.

 

Nos íbamos por fin de nuestro mal hotel en Vík, (puedes leer aquí el anterior artículo) y nos esperaba el último tramo de nuestra aventura en la Ring Road. La verdad es que nuestro coche (Hyundai i20 que alquilamos con Geysir) nos estaba dando muy buen resultado y la ruta había sido muy cómoda en él. ¡Nos daba pena dejarlo!

Empezamos el día con una parada en Skogafoss, la cascada que hay cerca de Skógar. Aquí desayunamos lo que habíamos comprado en el supermercado, contemplando la belleza de una insólita cascada que se abre paso como si apareciera de la nada. Hay unas escaleras metálicas para subir hasta arriba y contemplarla desde ahí.

Cascada de Skogafoss.

 

Desde aquí nos acercamos al pueblo de Skógar, donde lo más destacado es visitar el museo al aire libre. Se reconoce por estas típicas casitas de madera negras, con las ventanas de color blanco y cuyo tejado está tapizado de hierba (algo característico de los poblados islandeses y que aparece en muchas postales y souvenirs). Cuando llegamos estaba lloviendo y no era demasiado temprano, pero estaba cerrado el centro de recepción del mismo (o al menos no había nadie). Yo quería verlas, así que entramos por nuestra cuenta y dimos un paseo por el poblado, viendo las casas, sus parcelas, sus cuadras, etc. Algunas de las casas estaban abiertas, y pudimos ver el interior de algunas de ellas: una era como un almacén de leña y artilugios del campo; otra era una casa con un escritorio y dos camas. Además, a la entrada del museo, fuera del recinto, hay un hueso de ballena muy largo.

Museo al aire libre de Skógar.
Interior de una casita.

 

Al oeste de Skógar se encuentra el área del volcán Eyjafjallajökull, el que entró en erupción en 2010 y que hizo cerrar el tráfico aéreo de gran parte de Europa durante semanas. Así que íbamos mirando a nuestra derecha con asombro de vez en cuando.

Había leído que en nuestra ruta desde Skógar hasta nuestro próximo destino Gullfoss había una cascada llamada Seljalandfoss, que si bien no era nada del otro mundo, nos pillaba justo al paso (a poca distancia de Skógar, salida a la carretera 249). Así que aprovechamos para parar y verla, y fue una buena decisión. No deja de ser una bonita estampa, y nos encantaba ver cascadas (sobre todo viniendo de una región tan seca como el sureste español). En esta en concreto, se le puede dar la vuelta a la cascada mediante un sendero que se introduce en la oquedad y un puente que sortea el río que forma. Desde dentro, pudimos tomar fotografías muy chulas.

Cascada de Seljalandfoss.
Cascada de Seljalandfoss.

 

 

Desde aquí, para ir a Gullfoss, hay varias carreteras y todas ellas asfaltadas. Nosotros fuimos por la número 30. Entramos en la zona más concurrida de Islandia, la región de Reykjavik y el llamado “anillo de oro” que muchas agencias y tours presentan como recorrido por Islandia. Sin duda, puede ser una buena opción para aquellos que no tienen demasiado tiempo en el país, o que por dificultades no puedan realizar la Ring Road. El anillo de oro suele incluir Gullfoss, Geysir, Thingvellir, Reykjavik y la Blue Lagoon. Sin embargo, recalco que si tenéis la posibilidad, realicéis la Ring Road, ya que ves toda la isla, cómo viven en cada parte, variedad de paisajes asombrosa y disfrutas de más libertad. Por tanto, en esta parte de la ruta ya había más tráfico, los sitios estaban más concurridos y había varios autobuses en cada lugar.

Por el camino paramos a saludar a unos caballos islandeses, reconocibles por ser más bajitos y tener un pelaje característico. Después de ello, se acababa nuestra soledad llegando a la doble catarata de Gullfoss, que sería la última que veríamos en nuestro viaje. Como he dicho, estaba muy concurrida.

Agua en suspensión en la catarata de Gullfoss.
Gullfoss desde el mirador más cercano.
Nos despedimos de las cataratas de Islandia con Gullfoss.

 

Desde Gullfoss cogimos la carretera 35 para ir a Geysir, lugar como su nombre indica, de géiseres. De hecho, el nombre “géiser” se llama así porque fue aquí donde se exportó el nombre al resto del mundo. Era mediodía y pensábamos visitar primero los géiseres y después comer, pero justo cuando estábamos entrando aparcó un autobús lleno de japoneses (si es que los españoles comemos muy tarde), así que preferimos invertir el orden para evadir el gentío. Comimos en el centro de visitantes que hay en el exterior, que también cuenta con una tienda con multitud de souvenirs, y quizá lo que más me llamó la atención fue que vendieran latas de aire islandés. A 5€ cada una. No es un mal negocio, oye. Obviamente, no pesaba nada.

Original souvenir: aire de las montañas islandesas. ¡A 5€, que me lo quitan de las manos! Tienda en Geysir.

 

Después de comer y visitar la tienda, entramos al parque de géiseres. Un cartel con numerosas advertencias y medidas de precaución nos daba la bienvenida. Entre ellas: no lanzar monedas a los géiseres (todo estaba lleno de monedas. No entiendo esa costumbre de tirar dinero para atraer suerte y afear y contaminar el sitio que quieres que te la otorgue); nos recordaban que el agua salía a 80-90ºC y que quemaría (hmmm… ¿sí?); que no intentáramos comprobarlo porque quemaría (y aquí obviamente lo hice, y sí, quemaba que daba gusto).

Precauciones en Geysir. La penúltima incita a hacerlo.

 

Aquí se encuentran varios géiseres, tanto pequeños (Litli geysir) como grandes. Hubo uno en el pasado que era el auténtico gran géiser, pero acabó por morir. Todo está cordado para que no se acerque la gente más de la cuenta, así que los visitantes se sitúan en corro alrededor, lo que dificulta si quieres sacar una buena foto. El mayor de ellos, Strokkur, surgía cada cinco minutos con una altura de unos 20 metros aprox. Además, el terreno circundante desprendía nubes de gases como si se estuviera quemando el suelo, y había más cercos de agua estancada que habían sido géiseres que actualmente se encontraban dormidos o extintos.

El pequeño géiser.
Strokkur, el mayor en la actualidad.
Otros géiseres apagados con bonitos colores.

 

Nuestro siguiente destino era Þingvellir o Thingvellir, Parque Nacional desde 1928 y Patrimonio de la Humanidad desde 2004. La importancia histórica de este lugar es muy alta, y para los islandeses es una de sus mayores señas de identidad y uno de los lugares más queridos. Para llegar desde Geysir, tomamos la carretera 36.

Thingvellir es donde en el siglo X se reunían los vikingos para tratar asuntos del país. Es aquí donde se constituían en asamblea o “Alþingi”, donde se discutían las leyes y solucionaban conflictos. Fue aquí también donde se proclamó la independencia del país en 1944. Es, por tanto, un lugar simbólico para Islandia, y presumen de ser la primera “democracia” del mundo por este hecho. Yo tenía muchas expectativas de que hubiera algún monumento conmemorativo a los vikingos, o que hubiera algo que fuera tangible para poder sentir mejor la historia. En cierta manera, me decepcionó un poco por no encontrar nada de esto, sólo un centro de visitantes-museo que tampoco se centraba demasiado en el pasado vikingo, sino que explicaba Islandia en general. Después se me fue pasando esa sensación, al ir leyendo los carteles e imaginándome a todos los vikingos ahí reunidos. En concreto, uno que decía que en una especie de embalsamiento que hacía el río, ahogaban allí a los considerados culpables de algún delito (piscina de ahogamientos).

Vista de Thingvellir.
Justo aquí hay una bandera islandesa y era donde se situaba la piscina de ahogamientos.
Iglesia en Thingvellir.

 

Además, las inmediacioens de Thingvellir son conocidas por transcurrir en ellas la falla tectónica que separa las placas europea y norteamericana. Se trata de un borde de placa divergente, que es continuación de la dorsal oceánica atlántica, y que es constructiva, ya que expulsa material y crea continente. Así es como surgió la isla de Islandia. Veréis muchas imágenes de carteles de “ahora estás en Europa” y “ahora estás en América”: eso es engañoso. La separación no es algo puntual y fácilmente distinguible, sino que existe una transición gradual: es un espacio de apertura que expande el suelo y por tanto, las “fronteras” son difíciles de establecer. Pero sí que es cierto que esta área representa justamente eso, y que el espacio por donde transcurre ese reborde es la separación entre una placa y otra. Actualmente se pueden ver escarpes, ríos y lagos que ocupan esas fracturas en el suelo y por donde se establecen estos cursos de agua. No pudimos hacer “submarinismo” en Silfra, donde se oferta ver esa falla bajo el lago, aunque he visto fotos muy chulas. Lo dejo como apunte por si queréis probarlo vosotros.

Thingvellir: asambleas vikingas y separación europea-americana.
Mi padre y mi hermano en una de esas grietas en el espacio de transición entre placas.
Lago en aquel espacio tectónico.

 

Después de visitar Thingvellir, continuamos la carretera 36 hasta la capital Reykjavik, que habíamos reservado para el último día de nuestra aventura por si surgía alguna complicación y necesitábamos algún día de reserva. Os cuento más sobre Reykjavik haciendo click aquí.

Durante esta tarde-noche me encantó recorrer sus calles, entrar a las numerosas librerías (es el país con el índice de compra de libros por habitante más elevado), entrar a tiendas de regalos con muñecos de trolls o vikingos en la puerta, y recorrer sus tantos restaurantes de todo tipo, que me hacían sentir en una acogedora multiculturalidad. Era por la tarde y estaba anocheciendo, así que sólo dimos un paseo por el centro. Al final de la calle Laugavegur se encuentra el Stjornarradid, el edificio del gobierno islandés que antes fue una prisión, y buscamos un sitio donde cenar.

Laugavegur, una de las calles principales de Reykjavik.
Mi padre y los trolls.
El edificio del gobierno islandés.
Reykjavik

 

Continuando la calle se encuentra el puerto, con numerosos bares y restaurantes donde sirven carne de ballena, la cual probó mi hermano. También salen desde aquí excursiones de avistamiento de ballenas. A nuestra vuelta, frente al edificio del gobierno se sitúa la ópera de Reykjavik, llamada Harpa, y que goza de un buen reconocimiento internacional, ganó el Premio de arquitectura Van der Rohe en 2013. Sin duda, es un bonito y moderno edificio para contemplarlo desde fuera, por su aspecto futurístico con cristales hexagonales. Entramos dentro, estuvimos paseando por sus interiores, que recuerdan a una cueva de hielo, y de repente vimos que la actuación había acabado y la gente salía de la función. Es increíble lo silenciosos que son. Sólo se escuchaban sus pasos, ni gritos, ni ajetreo, ni alboroto…

Harpa, la moderna ópera de Reykjavik.
Vista de Harpa
Interior de Harpa.
Silencio en el bullicio

 

Por último, y para despedir la noche, me acerqué a la iglesia luterana de Hallgrimskirkja, que quería verla iluminada, en nuestra vuelta al hostel, el Guesthouse Vikingur, que estaba bastante bien. Mañana tendríamos toda la mañana para seguir visitando Reykjavik, donde os contaré más en el próximo artículo.

Hallgrimskirkja, la iglesia luterana más conocida de Reykjavik.
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