SIGHISOARA: la Rumanía de Drácula
Sighisoara es, posiblemente, el rincón más bonito de Rumanía. Esta ciudad medieval fortificada, de poco más de 30.000 habitantes, es una ciudad alegre que tras sus coloridas fachadas esconde una leyenda más negra: el nacimiento de Vlad Tepes el Empalador, Conde Drácula.
Fundada por artesanos y mercantes alemanes, Sighisoara es indispensable en tu itinerario por Rumanía. La ciudad tiene un encanto especial, donde una ciudadela elevada sobre un promontorio y surcada de calles empedradas, coches de caballos, coloridas fachadas con cuernos y trofeos de caza, y la mirada de una torre negra harán que te sientas inmerso en un feliz cuento… o en una novela negra.
Sighisoara debe su fama a que fue aquí donde nació Vlad Tepes el Empalador, el conocido como Conde Drácula y que ferozmente luchó contra los turcos, empleando sus técnicas y castigos más sanguinarios. Y quizá sea por esto que durante nuestra estancia en Sighisoara se podía respirar “algo” en el aire… una inquietud silenciosa.
Para llegar a Sighisoara podéis utilizar el bus o el tren, está bien conectada con ciudades como Cluj Napoca, Brasov o Sibiu. Nosotros íbamos en coche de alquiler, ya que queríamos conducir por Rumanía, y después de Sighisoara íbamos a Iasi, ciudad con la que no hay conexión, así que no nos quedaba otra.
Es muy fácil de visitar Sighisoara. En gran parte porque el centro, declarado Patrimonio de la UNESCO desde 1999, es muy pequeño y bien distinguido: amurallado en un promontorio. Mi mejor consejo es que os dediquéis a pasear tranquilamente por la ciudad y a respirar el ambiente, sobre todo en el atardecer y una vez que ya ha anochecido. La mejor visita de Sighisoara es la nocturna.
Llegamos a media tarde a nuestro alojamiento, el Venesis House, que fue perfecto. Nuevo, dueño amable y todo preparado, con mucha facilidad. Empezamos a caminar hasta llegar a la falda de la colina, donde ascendimos por un camino entre el bosque. Pocos minutos después, nos encontramos con una de las puertas de entrada a la ciudad. Estábamos ante la Turnul Crotorilor, la torre de los sastres. Aquí, al igual que en Sibiu, cada gremio construía su torre defensiva. Una vez dentro de la ciudadela ya supimos que este pueblo nos encantaría. Las calles empedradas, las fachadas de colores, una sensación de acogida muy buena, tiendas y cafeterías las justas, sin ser excesivas… y nos encontramos que no es un destino muy masificado. Vimos pocos turistas. En verdad, vimos poca gente, lo que nos hizo sentirnos más integrados con la ciudad. Estaba atardeciendo así que decidimos ir primero a la colina, por lo que subimos por la escalera cubierta de madera, que era utilizada por los niños que iban al colegio, que se encontraba arriba, para resguardarse del frío.
Arriba se encuentra una iglesia gótica, con su cementerio y unas vistas de la ciudad que no están mal, aunque sinceramente, creía que esto iba a ser mejor. Volvimos a bajar y empezamos a pasear tranquilamente por las calles de Sighisoara. Lo más llamativo y el centro de todo es la Torre del Reloj, del siglo XIV aunque reconstruida en el XVII en estilo barroco. Su aspecto oscuro, con ese tejado de láminas coloridas pero envejecidas le da un toque, en cierta manera, tenebroso. Justo enfrente de la torre está la Casa de Vlad Tepes, en el piso superior del restaurante, y donde también hay un museo de las torturas. También en esta plaza está la Iglesia monasterial, de culto luterano y en estilo gótico, construida en el siglo XIII. Y frente a ella, el busto de Vlad Tepes.
En el otro extremo de la ciudadela se encuentran más torres, como la Cizmarilor (de los zapateros), frente a un parque y la catedral católica de San José.
Volvimos a la Torre del Reloj, pasando por la calle que pasa por debajo para ir a la ciudad baja, hasta la Piata Hermann Oberth. Esta plaza es una animada zona de restaurantes y bares donde se puede cenar bien, y a la misma vez ofrece unas buenas vistas de la ciudad con la torre vista desde abajo.
Después de cenar, volvimos a deambular por las calles, pensando que esa noche pondríamos unos cuantos ajos en nuestra habitación para ahuyentar a los vampiros… pero sí que es cierto que Sighisoara nos hechizó de buena manera.