#ISLANDIA 1. RESPIRANDO ISLANDIA [Keflavik. Blonduos. Akureyri. Godafoss. Husavík.]

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Comenzamos la aventura en el Aeropuerto de Keflavík. 527 km nos separan de Húsavik, nuestro destino. Se trata de la ruta más larga, por eso decidimos hacerla el primer día y comenzar así nuestro viaje.

Nuestra aventura comenzaba en el Aeropuerto de Barcelona, donde cogimos un Vueling a las 22.20 rumbo al Aeropuerto de Keflavík, llegando cerca de la 01.00 de la madrugada. El aeropuerto es pequeño pero bien equipado. Habíamos reservado un hostel de las inmediaciones porque habíamos leído que no dejaban dormir tirados en el suelo del aeropuerto, cosa que suelo hacer cuando el vuelo sale muy temprano o llegamos muy tarde para ahorrar. No es así: había gente haciéndolo. El hostel que habíamos contratado incluía recogida en el aeropuerto, enseguida estaba allí el chófer esperándonos. El hostel en cuestión se llama “Guesthouse Alex by Keflavik Airport”, como digo, muy cerca del aeropuerto. Lo recomiendo si se llega tarde, o si a la vuelta se sale muy temprano, porque está al lado y hacen traslados. Igualmente, por la mañana nos volvieron a acercar al aeropuerto, donde nos esperaban para entregarnos el coche que habíamos alquilado.

Desde España habíamos contratado con la compañía Geysir un Hyundai i20. En principio solicitamos un Hyundai i10, pero luego nos saltó una oferta que por un poco más nos dejaban el i20 con GPS. Si solo vais a hacer la Ring Road, con un coche de este tipo es suficiente. Si os adentráis al interior, hace falta un 4×4.

Salimos de Keflavik dirección norte. Desde el principio, estaba alucinado y emocionado de ver todo el suelo volcánico, el malpaís cubierto de musgo, las grandes montañas que parecen recién surgidas y tapizadas de una alfombra verde y coronadas con una niebla en su cima… Y las veces que parábamos (cada poco queríamos parar), me encantaba ver cómo esa alfombra aterciopelada de verde escondía un suelo rocoso y poroso, con muchas oquedades y peligroso, además de poder respirar el puro aire islandés. Era una cosa que me hacía mucha ilusión, desde que leí en un libro recopilación de cartas, que la islandesa escrita por una niña decía: “Me asombra ver cómo vienen los turistas y respiran tan profundamente como si no lo hubieran hecho nunca”.

Así nos recibió Islandia en nuestro primer día. Entre Keflavík y Reykjavik.
Malpaís volcánico cubierto de musgo. Es difícil andar por aquí.
Paisaje islandés al norte de Reykjavik.

 

Islandia es un país, como buen nórdico, caro en el nivel de vida (al menos comparado con la vida española). Los supermercados BONUS son una buena opción (económicos) para comprar y así poder hacer picnic o comer en el coche durante el día. Su símbolo es un cerdito, se ven desde la carretera. Me llamó la atención que dentro de ellos, la zona de la carne y yogures (refrigerada) está en una sala aparte, cerrada con una puerta y tienes que entrar dentro a coger las cosas. Me aventuro a pensar que esa zona aislada no tiene entrada de calefacción como sí tiene el resto de supermercado, y los productos se conservan a temperatura ambiente.

Supermercado BONUS en Borgarnes.

 

Por el camino nos encontramos con bastantes autostopistas, sobre todo jóvenes. Recogimos a un chico británico, que tenía 22 años y viajaba solo con su mochila y su tienda de campaña. Lo recogimos justo al salir del BONUS, pasado Reykjavik, y lo dejamos en Blonduos. Estaba medio lloviendo, y decía que iba a subir a lo alto de una de las montañas para acampar allí. Espero que no se mojara demasiado.

Con el cartel de nuestro autostopista. To the nordur!

 

En el camino entre Blonduos y Akureyri la sorpresa por ver una cascada era ya algo normal. Hay cientos o miles. La tierra sangra agua. Y hay tantos ríos. Y ovejas. ¡Muchísimas! Por ahí sueltas en medio de la nada, como si fueran salvajes.

Ovejas islandesas.
Y caballos islandeses.
Un río al poco de salir de Varmahlid.
Parada técnica, la llamada de la naturaleza.

 

Llegando a Akureyri, la carretera ascendía por veces en algo de altitud, y vimos las primeras manchas de nieve, así como grandes valles que me parecían una maravilla. Era como contemplar una tierra casi virgen.

La carretera hacia Akureyri.
Impresionantes valles en el norte islandés.
Inmediaciones de Akureyri.

Por fin llegamos a Akureyri. Se trata de la segunda ciudad más grande del país, con unos 18.000 hab aprox. Se encuentra en el interior de un fiordo y es una pequeña ciudad con casitas de madera bastante bonitas. Valoramos hacer noche aquí, pero decidimos seguir hasta Husavík y así el día siguiente no sería tan pesado. Además, tampoco le encontramos nada especial a esta ciudad. Tiene algunas casas de madera, bastantes tiendas de recuerdos y de jerseys, y una iglesia muy moderna.

Casas de madera en Akureyri.
Iglesia de Akureyri
Calle principal de Akureyri
Jerseys islandeses de lana de oveja en Akureyri. Preciosos y muy caros.

Nada más salir de Akureyri en dirección este, se encuentra Jolagardurin, que es una casita navideña donde comprar muchos regalos para la Navidad.

Jolagardurin.
Entrando a Jolagardurin.

 

Continuando, a pocos kilómetros más adelante, se encuentra la primera gran catarata que nos tenía preparada Islandia. Se trata de Godafoss, quizá una de las más simbólicas. Su nombre significa “la cascada de los dioses”, y cuenta la historia que cuando los islandeses decidieron convertirse al cristianismo, arrojaron aquí las estatuas de sus antiguos dioses para darles una buena despedida. Nos gustó mucho, aunque no sabíamos que las siguientes nos iban a gustar aún más.

Godafoss y su misterio.
Godafoss.

Desde aquí nos dirigimos ya a Husavík, puesto que va a anochecer pronto. Para ello, retrocedemos unos pocos kilómetros y cogemos la carretera 85 hasta el pueblo. Nos alojamos en Árból Guesthouse. Si os alojáis en Húsavík os lo recomiendo, es una casa de madera amplia y muy cómoda. Husavík es un pueblo de unos 2.500 hab. Está considerado como “el pueblo ballenero de Islandia”, y la verdad es que nos gustó bastante. Pero esto ya os lo cuento en la próxima entrada. ¡Hasta pronto!

Iglesia de Húsavík
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